Desde la azotea I


agosto 13th, 2007 / Mar Benegas/ 0 comments


foto cómplice del larguirucho

Subí al anochecer, deseaba desde allá vislumbrar otras costas, otros mares, otras inquietudes. Me entregué pues a la espesura de los pinos y subí por el sendero que lleno de piedras se abría bajo mis pies, a mi la marina, ofreciéndome un lugar perfecto para cada una de mis huellas.

Una vez arriba vi los rayos y sentí los truenos, me intimidaron con su insolente gravedad y poco después sobre la roca más oscura, me habló el viento del Norte y con su voz profunda me dijo:

“Tú mujer, eres hija de la luna, por eso no temes, eres mujer e hija de la luna, por eso hablas con los muertos con los ojos cerrados, por eso tus recuerdos huelen y tienen forma, por eso tus sueños te sacuden también de día.

Eres mujer de mujer, y mujer de luna, por eso vives de reflejos y te miras en las aguas mansas.

Eres hija y eres madre, por que la luna te mira con su halo y te llena de amor escondido, infinito de la noche, el amor desconocido de la madre observadora y la hija acariciada.

Eres mujer, tus huecos son oscuros como la cara oculta de ella y por eso te temen los hombres y quieren enjaularte, por que eres un enigma luminoso lleno de oquedades que sacuden, que reciben para dar, que se llenan para ser volcadas.

Eres ella, y el futuro te habla en las miradas de los otros y si escuchas a los vientos que aman a tu madre los que cada noche se rinden, a los perros y a los lobos, ellos te contaran los secretos, por que hija de la luna, los secretos del mundo son todos tuyos.”

Después el viento del Norte me tocó el corazón y lo convirtió en piedra.

Me dejó exhausta, intenté llorar pero no pude, sin corazón no se llora. Él, el que late, cayó bajo mis pies. El viento frío me helaba, sus rayos quemaban las puntas de mi pelo.

Entonces la luna, mi madre desde ese momento, gritó, y las nubes oscuras huyeron temerosas, el viento del Norte que quería helarme el alma, tanto la temía que se escondió en una cueva.

Cuando la luna alumbró mi rostro y su primer rayo tocó la piedra de mi corazón, éste volvió a latir y se cubrió de nuevo de sangre roja, poco a poco fue reptando y se instaló con gran esfuerzo en su lugar, en medio de mi alma.

Ella me sonrió con su cara redonda de madre de mujeres.