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LA HIJA, MARÍA GARCÍA ZAMBRANO
LA HIJA
de María García Zambrano (una aproximación)
A Martina dice la poeta, y a todas las madres y a todas las hijas, digo yo, porque La hija habla de tanto que es imposible no ver este libro como un báculo restaurador. Como un algodón trenzado. Como una infusión de calma: la caligrafía del amor se despliega suavemente.
CODA
Avanzo por el pasillo que transitan los muertos.
Busco el fulgor que acontece a la vida.
(Tú eres testigo de mi lucha).
Regreso por el corredor blanco con la hija intacta.
Pase lo que pase, he vencido.
Y está bien, sí, dar la voz a lo que es dulce, a eso femenino tan patriarcalmente desnutrido. Y recuerdo a los grandes poetas con sus grandes obras y sus grandes ensayos y veo que me falta esa brizna, ese aliento de ternura que me acune. Y me viene a la cabeza, porque me dolió en los estambres, en las mismas raíces que me alimentan, me viene a la cabeza, digo, Octavio Paz y El arco y la lira, de qué manera habla de la mujer, sí, como un objeto poético sin más, como se habla del mar o de la luna. Y tan lejos de mí, desde ahí vuelvo a esos versos de María: “Regreso del corredor blanco con la hija intacta” y entonces veo que el mundo necesita de esas hijas, que permanezcan intactas, que alguien nos nombre y dé paso a un bálsamo de quietud. Un amor amplío que cruza el umbral del dolor sin resquebrajarse, sin salir huyendo, sin correr hacia el otro extremo. Una fuerza que se antepone a la fuerza bruta, que se yergue y se agiganta para acunar a La Hija.
EL LIBRO:
Soy la dulce letanía de los niños muertos en este hospital.
La que reza por cada neonato.Soy el asombro el miedo el ahínco
el paso firme por baldosas que se mueven.
(Mis labios pueden amar la espina
besar los bordes afilados de la rosa).
Soy la madre asistida por la madre
y firmamos el armisticio con los bisturíes.
(Mi cuerpo se bate contra la patología).
Soy la escriba que registra el latido
de una vida encarnada en la magia.
(Las manos no se ahogan en un mar que anega
camillas y goteros).
Soy recipiente de un líquido inflamable.
La tierra el surco el árbol
la luz alógena de este amanecer.
(Hundo mis pies en lo real y te libero, hija mía,
de los falsos sabios).
Y me pregunto si es lícito escribir sobre algo así, si se puede presentar, indagar, hurgar y nutrirse de unas palabras como las de María. Me pregunto si esos túneles, si esos versos que hablan el mismo idioma, si ese libro, “El abrazo”, que yo le escribí a mi hijo, puede andar en paralelo de esta hija, Martina, que se sostiene entre la filigrana de la vida. Y me siento floja y poca cosa, porque recuerdo la UVI y a mi niño dentro y veo a María y no sé. Ciertamente, pienso, cuánto tiempo podría haber sostenido yo ese desgarro. Y me agarro a la palabra esperancita, me agarro a ese: fulgor que acontece la vida.
Es restaurador y justo hablar del dolor, de las madres y las hijas, de los hospitales y la violencia que ejercen sobre nosotras. Creo que es imprescindible tomar la mano de Martina y escucharla respirar y ver caer la gota de leche que la alimenta. Y desde ese lugar intentar crecer en algo que no es compasión, ni verticalidad, ni poder, si no más bien una conspiración, un regreso, una resignificación a lo honorable de amar sin condiciones. Amar la palabra baba y esquivar a la muerte. Amar, sin ese amor de bote que nos hace vulnerables, débiles o dependientes, sino con este otro que recorre María en sus letras, en cada parte del libro, el que recorre El deseo y El dolor, y Los daños colaterales y llega desde ahí, desde esa violencia que ofrece la enfermedad, hasta nombrarlo por fin, como destino último del libro, de la vida: El amor.
LA HABITACIÓN DE TRÁNSITO
Las motitas de polvo que flotan en la luz saben que el cuerpo no está para la despedida. La puerta se cierra a la metáfora de la muerte. La madre no acompañará al cortejo de batas y endoscopios y fauces que mastiquen lo que queda.
Atardece y un haz te atraviesa como un ser que hubiera venido a despertarte, a poner una bomba al otro lado de este cuarto.
Si tuviera que abrazar a Martina lo haría desde la segunda parte del libro, donde El dolor se muestra con toda su crudeza y es que el dolor es una bestia que abre sus fauces, que devora lo blando, a la vez que abre una gruta, el hecho de nombrarlo, de reconocernos en él, nos da la humanidad. Vienen, como una letanía, tras él, El miedo o La tristeza (sí, a veces no caben las metáforas y los títulos, como hexagramas del I-Ching, son una clave que descifrar que señala hacia el porvenir, solamente así es posible recorrer el camino que recorre La Hija). Y me pregunto si el dolor es el portador de la esperanza en todas las circunstancias, la voz de María se construye con una fuerza nueva en esta segunda parte. Es la fuerza tectónica, atávica, la fuerza de la materia al construirse, la fuerza y el milagro de todo lo que acontece: un vendaval, un seísmo, esa tormenta perfecta que hace a la madre un animal del instinto cuando dice:
“Mi pecho se rinde y cae y se duele del silencio y de la falta. // Y toda la tristeza que se vierte/ con este chorro blanco. // ¿Podrá la aguja no atravesar su vida / quedarse en la superficie / que la carne expulse / que rechace a la aguja penetrándola? / ¿podrá la aguja dejar de ser aguja? // La casa llora y yo seco madera para tu cuerpecito.”
Y está, la poeta, invocando la calma, construyendo vocablo a vocablo, fonema a fonema, la nana que calme a la propia María, también hija, y mira a Martina y la casa llora y la aguja deja de ser aguja gracias a esos versos que ha invocado. Palabras invencibles, temibles, poderosas, para revocar el dolor. Para llegar, de la mano del lector, por este camino que resignifica y dignifica la enfermedad, que, como una suave imposición de manos, ofrece la belleza desde el quiebro, desde la grieta. Y toca con el verso: sutura arquitectura sepultura, a la palabra mística, el pensamiento mágico que cura la herida en la piel intacta de La Hija también curará la herida en la piel bajo la piel, reconfortará y sanará al que lee. Así fue la arquitectura que construyó ese nido donde la poeta pudo amamantar de caricias a La hija.
EL HOSPITAL:
(sutura arquitectura espultura).
Juego a palabras sentada en el box
mientras
una auxiliar rellena la jeringa
con la leche traída de una máquina.
Juego a palabras
y miro
en la sonda
c
a
e
la gotita
(goma que te alimenta y recorre
un camino que me lleva a lo hondo).
Juego a palabras
(hendidura amargura negrura).
Mueves la boca al sentir el alimento
satisfecha duermes
no me miras
quizá no sepas que siempre estoy
inmóvil
mirando la gota que
c
a
e
y me sepulta
esperando una señal para morir
un poco menos.
Y vuelve mi voz a otra de las citas de María, y vuelvo a ser la madre al lado de cristal de neonatos, y me escucho cantando por dentro: y aquel barquito y aquel barquito navegó. Y veo a Martina, tan hermosa como su madre, como un navío que sostiene el mar en sus entrañas y veo a María, con una niña en brazos, que soy yo, y es ella, y es La Hija y la madre, y la veo avanzar por el pasillo que transitan los muertos, buscando el fulgor que acontece a la vida.
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