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Poéticas de cuerpo- Poemas de MARGARET ATWOOD
Enterrada. Puedo oír
risas leves y pasos; la estridencia
del cristal y el acero
los invasores de quienes tenían
el bosque por refugio
y el fuego por terror y algo sagrado
herederos, los que levantaron
frágiles estructuras.
Mi corazón enterrado por décadas
de pensamientos anteriores, reza todavía
Ah derriba este orgullo de cristal, Babilonia
cimentada sin fuego, a través del subsuelo
reza a mi inexpresivo fósil Dios.
Pero se quedan. Extinguida. Siento
desprecio y, sin embargo, pena: lo que los huesos
de los grandes reptiles
desintegrados por algo
(digamos por el
clima) fuera del ámbito
que su simple sentido
de lo que era bueno les trazaba
sentían cuando eran
perseguidos, enterrada entre los suaves inmorales
insensibles mamíferos deshechos.
HOTEL
Me despierto a oscuras
en una habitaicón extraña.
Hay una voz en e ltecho
con un mensaje para mí.
Repite una y otra vez
la misma ausencia de palabras,
el sonido que el amor hace
cuando alcanza la tierra,
metido a la fuerza en un cuerpo,
acorralado. Arriba hay una mujer
sin cara y con un animal
desconocido que tiembla dentro de ella.
Enseña los dientes y solloza;
la voz susurra a través de las paredes y el suelo;
ahora está suelta, libre y corriendo
cuesta abajo hacia el mar, como agua.
Examina el aire alrededor y encuentra
espacio. Al final, me
penetra y se vuelve mía.
HONGOS
IV
No sólo
los recojo para comer,
sino por el placer de recogerlos y porque
huelen a muerte y a las pieles
de cera de los recién nacidos,
carne hecha tierra, tierra hecha carne.
He aquí un puñado
de sombra que te he devuelto:
la podredumbre, la esperanza, un bocado
de estiércol, la poesía.
UNA MUJER POBRE APRENDE A ESCRIBIR
.
Está en cuclillas, los pies desnudos,
abiertos, sin
gracia; la falda metida alrededor de los tobillos.
.
Tiene la cara marchita y agrietada.
Parece vieja,
más vieja que nadie.
.
Probablemente tiene treinta años.
Sus manos, también arrugadas y agrietadas,
garabatean con torpeza. Su pelo está escondido.
.
Escribe con un palo, laboriosamente,
en la tierra húmeda y gris,
mientras frunce, con ansiedad, el ceño.
.
Escribe letras grandes, anchas.
Ahí está, terminada,
su primera palabra hasta ahora.
.
Nunca pensó que podría hacerlo,
ella, no.
Eso era para otros.
.
Mira hacia arriba, sonríe
como disculpándose,
pero no lo hace; esta vez, no; ahora sí lo hizo bien.
.
¿Qué está escrito en el barro?
Su nombre. No podemos leerlo.
Pero lo podemos adivinar. Mira su cara:.
¿Es una Flor gozosa? ¿Radiante? ¿Sol reflejado en el Agua?
TUS HIJOS SE CORTAN LAS MANOS
Tus hijos se cortan las manos
al acercarse a través del espejo
a donde el ser amado solía guarecerse.
No te lo esperabas,
creías que querían ser felices,
no llenarse de heridas.
Creías que la felicidad
les llegaría simplemente, sin esfuerzo
y sin ningún trabajo,
como el canto de un pájaro,
o una flor en el sendero,
o un banco de peces del color de la
plata;
pero ahora se han herido
con el amor, y lloran en secreto,
e incluso tus manos están entumecidas;
porque no puedes hacer nada,
porque no les dijiste que no lo
hicieran,
pues no creías
que fuera necesario,
y ahora te encuentras todo el cristal
roto
y tus hijos, con las manos
ensangrentadas,
aún se aferran a las lunas y a los
ecos,
al vacío y las sombras,
de la misma manera que tú lo hiciste entonces.
Poemas de los libros: Historias Reales, La Puerta (ambos de Bruguera Ed. Traducción: María Pilar Somacarrera) y Los Diarios de Susanna Moodie (Pretextos Ed. Traducción: Álvaro García).
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